domingo, 9 de agosto de 2020

La llamada de lo salvaje.

 Estos días veraniegos estoy leyendo dos libros conexionados. Alma salvaje y Hacia rutas salvajes. Dos libros con conexiones, con un trasfondo que podría ser común pero al miso tiempo diferentes. 

Me proyecto en ellos, atraída como nunca por un deseo de desaparecer en mitad de la naturaleza. Pero consciente de la idealización de ese momento y de la dureza de la realidad. 

Leo y releo. Y busco más libros. Y viajo por google earth. Y me imagino. Y busco rutas. Y digiero la saliva de sabor amargo que se genera en mi boca durante el proceso. Consciente de que no lo haré. O perdiendo la batalla ante la voz que me dice internamente que no lo haré.

Ataduras. El trabajo, la familia, la casa... yo misma. Mis ataduras. Las pelas. El tiempo. El miedo a abrir una caja de Pandora que no pueda volver a cerrar. Deseos que no pueda volver a controlar. 

Y también pienso que "algún día". Pero son 42 los que tengo. 43 serán en unos meses. E incorporo en la ecuación la crisis de la edad. El querer ser yo la que viva esas aventura y escriba esos libros. Y pienso en lo rápido que pasa el tiempo. En lo rápido que han pasado estos 3 años en Madrid y los tres antes en Granada. 

Y si lo pienso, también he hecho cosas. Pero pequeñas. Minúsculas ante la inmensidad del mundo que me rodea, que me ha rodeado siempre. Ojalá no me hubiera atado tan pronto. O quizás sí. 

O quizás todo esto tenga de nuevo un sentido algún día. Y consiga hacer algo grande. Algo que cambie el mundo. 

Siempre buscando. Siempre anhelando. Siempre soñando. 




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